jueves, 29 de mayo de 2008

GUERRA, MEMORIA E IGLESIA

A propósito de la tragedia humana del Siglo XX (Dos guerras mundiales):
La dinamización de la memoria humana (sentido antropológico) y el memorial de Jesús: las exigencias de sentidos para la Iglesia de los umbrales del Siglo XXI (perspectiva teológica)

Abstract:
Lo siguiente es un ensayo, espontáneo, libre y reflexivo, de lo que significó para mí leer la tragedia humana del siglo XX y las actitudes de la Barca de Pedro en la misma. Por tanto, es un ensayo a nivel general de los sentidos y las exigencias de la historia para la reflexión humana y religiosa hoy, en este caso, la reflexión cristiana. De allí estriba la fundamentación de este ensayo. Son básicamente dos puntos a desarrollar: 1. La Dinamización de la memoria humana para el ser humano y la historia (sentido antropológico); y 2. La reactivación del memorial de Jesús para la Iglesia del Post Concilio Vaticano II y de los umbrales del siglo XXI: repensar lo humano desde el humano por antonomasia: Jesús de Nazaret.


1. Acercamiento antropológico: La nueva Auschwitz: la depreciación de la memoria histórica

Acercarnos al pensamiento histórico desde las dimensiones fundamentales del ser humano es indagar por las razonabilidades últimas por las que es capaz de dar de sí posibilidades para fundar experiencias nuevas: las posibilidades llevadas a su máxima expresión por la racionalidad moderna concluyen con la realidad histórica de las dos guerras mundiales del siglo pasado. Históricamente emerge una nueva época y filosóficamente es la caída de los grandes metarrelatos del siglo de las luces. A como lo expresaría Casaldáliga con un tono más profundo: el siglo XX convirtió a la modernidad en fracasada.

Hoy tenemos más conciencia histórica, cultural y ética de que tenemos que habérnosla con lo real y hacer la vida (la consumación de un proyecto), pero hoy más que nunca, sabemos que tanto la vida personal y comunitaria, como la morada humana, están en peligro. La tan nombrada paz política como razón utópica de la realización ineludible de un nuevo orden, la guerra es uno de los totalitarismos que pretende llevar a cabo el sentido sacrificial de la existencia humana, es decir, matar a otro y a otros. Ya no estamos en el concurso explícito de las metrallas y de las bombas atómicas pero si en una situación peor: estamos en el mundo donde las guerras y las masacres son legitimadas racionalmente, en otras palabras, la paz del siglo XXI, pretendida por los detentores del poder es la guerra que permita acabar con los sobrantes de las humanidad, con los basureros humanos. Es decir, con los Terceros Mundos. La dinámica mundial hoy es el olvido del pasado y pensar sólo en el presente. Olvidarnos de las tragedias humanas y aletargar las conciencias humanas.

El hambre, la guerra, la desaparición sistemática de sujetos históricos y rostros resistentes y esperanzados, al parecer están venciendo toda resistencia humana, toda libertad, toda imaginación. Por tanto, lo que se desprende de esta realidad es saber que estamos en tal situación (ubicación histórica); la libertad y responsabilidad, y la imposibilidad del asesinato, de la desaparición entre seres humanos exige de una realidad axiológica (ética) que no se pregunte por la ontología última del ser humano, como causa primera, sino que se encare y se encarnice con la manifestación del estar humano, en situación de gerundio, el estar siendo éticamente. Vivimos en medio de la inhumanidad, de lo infrahumano y como seres humanos de no sentido. Quizá esta sea una consideración ineludible para la experiencia de la Iglesia hoy al hacer sus análisis en el mundo donde está inserta.

Vivimos en la civilización de la dinamización del olvido sistemático de toda experiencia que forme parte de nuestro pasado originario. Sin embargo, la memoria personal y colectiva resulta ser el lugar histórico interpretativo para la comprensión de lo que somos en el presente y nuestra visualización del futuro, reactualizando las posibilidades primigenias. Se exige erigir la memoria como ese tallo que lucha contra la desertificación de los recuerdos dinamizadores del pasado. No podemos perder el sentido de nuestro pasado fundador, de nuestro presente constructivo y de la posibilidad de poner las bases fundamentales de nuestro futuro histórico y transhistórico. Como diría Antonio Machado en unos de sus poemas: el hombre habita poéticamente la tierra y para ello se construye una morada que es la memoria. La cultura del olvido está siendo la estructura de la desvalorización de la memoria, de la deconstrucción de la imaginación como esa visión no conforme con el orden establecido de la realidad y de la no apuesta por la esperanza con sentido. Vivimos en medio de la preocupación extrema por el presente, la fugacidad de las experiencias y la laxitud de la comprensión de la racionalidad motora del presente y de lo que pudiese ser el futuro. En definitiva, estamos entre la hora de lo efímero pero también en el umbral de la construcción de la historia desde el reconocimiento de la complejidad, la urdimbre simbólica en la que vivimos y la apertura a una nueva manera de pensar la trascendencia.

De fondo nuestra situación pasada, la situación vivida en el siglo XX, si todavía está en la memoria histórica de los seres humanos hoy, nos está recordando cuál es nuestra situación y cuál puede seguir siendo. En pocas palabras, y asumiendo muy hondamente lo que expresa Imre Kertész1, el siglo XX convirtió al soldado en asesino profesional; la política en crimen; el capital en una gran fábrica equiparada con hornos crematorios y destinada a eliminar seres humanos considerados mierda, considerados el anus mundi; la ley, en juegos sucios; la libertad universal en la cárcel de los pueblos; el antisemitismo en Auzchwitz; el sentimiento nacional en genocidio.
Por tanto, no podemos quedarnos en el nihilismo de los perezosos, en el sin sentido de los mediocres, en la no – historia de Fukuyama y de sus seguidores, en el proselitismo de los detentores del poder de la curia romana, en la soberbia filosófica de los intelectuales, ni mucho menos en los optimistas de los granitos de arena.

La depreciación de nuestra memoria histórica y la ridiculización de la esperanza son fenómenos que nos tienen sumergidos en un letargo que nos hace soñar con el olvido, la ignorancia y con la cultura del todo da lo mismo. Estos fenómenos relacionados entre sí tienen como consecuencia la no preocupación por la construcción dinámica de nuestra identidad y de nuestra historicidad futura. Al parecer estamos en la emancipación del nihilismo cultural y religioso. Julio Quesada sintetiza esta emancipación de la siguiente manera: “el nihilismo no sólo entraña un nulo amor por la vida, falta de ayuntamiento propio del alma insatisfecha, inhóspita y novia filosófica de la muerte, sino también la cómoda creencia en la que nos vamos instalando: todo da igual. Hay que combatir nuestro espíritu de la pesadez”2. La memoria humana, las huellas históricas y las significaciones de los pueblos y de las culturas no pueden quedar en el olvido dado que la capacidad de evocación y de la significación de lo vivido y lo que está por venir son propias de la experiencia transformadora del ser humano en contexto.


2. Sentido teológico: la reactualización del memorial de Jesús y las exigencias para la Iglesia de los umbrales del siglo XXI: repensar lo humano

“Frente a la guerra, los católicos tuvieron diferentes actitudes que varían de una nación a otra y vivían una situación muy particular porque en algunos países eran vistos como enemigos del Estado”3.

No quisiera sacar esta frase que tomé como epígrafe de parte del ensayo de su contexto literario, sin embargo me permito utilizarla para dar con los sentidos que se le exige a la Iglesia del post Concilio Vaticano II ante la realidad del mundo donde se encuentra inmersa. La Barca de Pedro que históricamente a caminado entre avatares, desaciertos, aciertos no puede ser en el aquí y el ahora una fugitiva del mundo sino una peregrina de la historia. La Iglesia no está llamada a ser enemiga de nadie, y si lo pensamos como posibilidad de enemistad con alguna realidad, sería precisamente pensarse como enemiga acérrima del olvido sistemático de las realidades del mundo y de su raíz carismática y fundadora: del olvido de Jesús.

Ahora se hace necesario para la Iglesia del siglo XXI repensar lo humano al estilo de Jesús. Repensar lo humano significa, globalizarlo. El ser humano tiene las posibilidades de reactivar la memoria, de volver la mirada atrás de de buscar sentidos distintos y alternativos a los vividos en el pasado. Posibilidades que leídas desde la humanidad de Jesús, las llevaría a plenitud.
Esto implica un esfuerzo por la conformación y el reconocimiento de seres humanos plurales pero que luchan por una realidad hecha común: por la humanización de la humanidad.

Repensar lo humano es también reconocer la integralidad del mismo, reconociendo sus vulnerabilidades históricas. Esto desde Jesús es reconocer su carnalidad (sarx/basar), es decir, reconocer una humanidad débil, sin poder y sin gloria. Es la condición humana de todos nosotros. De allí la necesidad de descubrir el valor profundo de las personas. Es el ser humano que promete desde el corazón, desde las entrañas y desde la voluntad, como lo hizo Jesús.

Recuperar lo humano es reconocer que Dios está dentro de nuestra condición. Vivir humanamente, que es combatir en la cotidianidad existencial contra la indigencia, la injusticia. Repensar lo humano, es tener conciencia de la realidad personal, conciencia de la realidad social, conciencia de la realidad ecológica, conciencia de la trascendencia. La Iglesia no puede obviar estas realidades, ya que ella misma, es una realidad humana y está llamada a ser humanizante. Repensarse la iglesia de esta manera es ir en busca de su identidad más profunda y originaria. Sin embargo, repensar lo humano también tiene otros desafíos para la Iglesia. Y lo expresaré con las palabras últimas de U. Patiño, “el panorama presentado sobre la Iglesia del post Concilio Vaticano II – y de los umbrales del siglo XXI – tiene dos grandes desafíos; uno en occidente, frente a laicismo, la indiferencia religiosa y el consumismo; otro, en oriente, donde debe volver a educar a los viejos y educar a los jóvenes en los principios cristianos. El vaticano II – y la Iglesia del tercer milenio – permanecerá como faro que ilumina la Iglesia con capacidad de dar una respuesta con el Evangelio de siempre al hombre de hoy; en este campo es la historia la que ayuda a comprender mejor los problemas del presente y encontrar el camino justo para evitar, en la medida de las posibilidades, las amargas experiencias del pasado” 4.

Esta es la exigencia para la Iglesia hoy: repensar lo humano. Y repensar es ante todo recuperar la memoria. La memoria de donde brota su identidad. Recuperar su identidad y vivir cristianamente y humanamente. Para esto, es necesaria la consecución real, procesual e histórica, desde Jesús y desde el Dios de Jesús, del proyecto del reinado de Dios. Que no es otra realidad que la construcción de una comunidad humana alternativa, que genere un nuevo orden de relaciones personales, sociales, culturales y religiosas, que ayuden a transformar el contexto de situación de la realidad eclesial y de la realidad del mundo. Este proyecto exige una estructura eclesial: comunitaria, alternativa, circular y libre. Es la constitución de la comunidad de los salvados, de la religión de la libertad de Dios y de la legitimación de la misericordia y la justicia, y no de la religión oficial y legitimadora del poder opresor. Es la comunidad fundamentada en el Dios que puede salvar, el Dios que pone en tela de juicio las esclavitudes, la depreciación de la memoria y los terrorismos.


























3. Bibliografía Utilizada

____QUESADA J., La belleza y los humillados. Pidiendo un Sísifo ilustrado, Editorial Ariel, Barcelona 2001, pp. 82.

____URIEL J., Historia de la Iglesia. La barca de Pedro frente a las tempestades ideológicas: del enfrentamiento al diálogo. Siglos XVI – XX, San Pablo, Bogotá 2004, pág. 291 – 292.

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